RASTROS
La miraba de reojo entre las fotos que pasaban. Las calles de Venecia le alucinaban siempre al borde de darle gracia y el de pronto tornaba los ojos alrededor, al revés de las hojas que se prendían entre la agonía del sol a mediados de febrero y el calor que se irradiaba desde el suelo que exigía beber más y más. ¿Cuánto habrá en este febrero de esas noches de lechuzas roncas y miradas perdidas? Se preguntaba a veces, cuando notaba reencontrarse con ella, en el gesto de acomodarse los mechones, o en su silueta al acercarse mientras llegaba. Hay un sabor a libro viejo, a obsolescencia programada que no hace sino provocar nostalgia ¿Será hoy ese mundo en verdad una idea? O más bien, cuánto de ese mundo hoy lo es, de esa tarde de primera cita y darse las manos confundidos, o detenerse en las esquinas a ver el cielo en llamas, y ahora que lo pienso por esos días hasta la ciudad ardía, y han pasado cinco años, y estamos riéndonos en la misma banca, riéndonos de otras ideas que parecen tentativas, de tu caminando al lado mío cuando me falte fuerza, o un balcón donde tener un futuro idealista. Qué tiene la vieja amiga, qué hay después de todo que nos hace retornar al parque de siempre y al barrio; algún rastro o margen, alguna canción o un poema, uno que otro dibujo amarillento empapado por quizá que mejorable frase que se arrastra siempre entre tus cosas, después de que no me dejaste, no me dejaste nada.
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