Déjà vu

 

Se siente al principio en la curva que forma una sonrisa extraña, provocada más por una sensación, por algo que se aprecia como las agujas del reloj siendo separadas, como si la masa que rodea, la masa de las cosas, la madera de las casas o el asfalto de las calles se contrajera y de pronto todo fuese todo. Se me eriza la piel, se me pliega incluso la mente y es ahí donde me cubre, donde me entra desde la yema de la carne y me pasa por el cuello, me recorre, me transita y soy consciente, lo noto. La misma torre, la misma esquina y conversación. —febrero del 24. Es cuestión de segundos, como el rebote de la luz en el naranjo del muro, y la voz familiar que suena al otro lado de la línea —De nuevo, de nuevo pasa. Pasa y lo saboreo, ¿Dónde o cuándo? Si en Madrid fueron pocas las veces en las que nos telefoneamos tanto, no es ni la misma hora ni el mismo bulevar. Ahora estoy muy lejos de Montera o de Hortaleza, —¿Sabes? Pero, todo luce como debe de lucir, y se repiten las mismas palabras y el interlocutor se siente igual de sorprendido y le dice a su emisor, o en este caso su emisora, que le ha pasado, como cuando le preguntó por la tijeras mucho antes de que ella decidiera si quiera ponerse en contacto con él, o como cuando en una de esas tantas mañanas la miró y procedió a besarle el cuello, y era como una vibra misma, más que una misma vibra, porque no tendría caso, no había sucedido antes, ni en lo reciente, ni el lo cercano, ni en sus sueños, no había pasado por su mente incluso la idea de haberle conocido, pero ahí estaba, sintiendo de su amante un rumor cotidiano, haciéndose parte de una confidencia ya acordada, acordándose de rezos no aprendidos y volviéndose fiel de una fe misteriosa. ¿En qué capítulo olvidado se firmaron estos tratados, se sembró la devoción? Porque pasa a ser innata, como la persiana que se pliega y cubre las ventanas del sol ardiente, o el mirar en los cruces a ambos lados. —Realmente ¿Te conozco de otra vida?  




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