CAPÍTULO 5 Y 6: NOVELA AÚN SIN NOMBRE
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Sí pudiese archivar. Nombrar todo aquello que está en
mi memoria. Lo organizaría por carpetas y le daría una carpeta a cada una de
esas personas que han sido relevantes. tú tendrías una. Aunque estemos
flagelados por una distancia irreparable, te la mereces. el archivo, el
registro o la confesión de que has vivido, que compartimos, que nos reímos, que
bebimos y lloramos. Pensar en ti es como revisar las canciones que me gustaban
hace unos cinco años, se me aprieta el aliento dudando si era posible que me gustase
o congeniase en ese estilo, y a ratos me dispongo a existir con aquellos
hechos, acepto el pasado, que pasamos gran parte de nuestra vida viéndonos
recurrentemente, gozando, compartiendo.
No sé quién eres hoy. No sabría decir si me preguntan
por ti si te conozco. Puedo decir con seguridad que se tu nombre, quien era tu
madre, dónde vivías y con quien, incluso cuando aprendiste a andar en
bicicleta, lo sé porque te enseñó mi papá. Vos no sabías. Sin embargo, no tengo
certeza de definir quién eres hoy, si sigues siendo el mismo, o continúas
recreando (o creando) nuevos personajes, tu acción constante por reparar en
identidades que encajen dentro del puzle de turno, ¿Cuándo pasaste de intento
de zorrón a frito por el tecno? ¿Cuándo tu ensañamiento por depravarte la mente
te acabó por consumir? Ahora mismo entre
las cosas que más me arrepiento está no haberte golpeado, haber tomado tu
cabeza y haberte dado contra el muro, porque tu apatía, tu falta de gratitud y
razonamiento honestamente no merecía menos. Pero, es cruel considerarlo, porque
no me caben dudas que había dolor en tus palabras.
¿Te acuerdas cuando éramos chicos e íbamos a todos
lados juntos? O me seguías o yo te seguía. A hacer pelotudeces, pendejadas, a
rallar murallas, a tomar a la orilla del río. Igual nos cagamos de risa cuando
nos acordábamos de lo que hacíamos en el colegio, cuando se te ocurrió darle
vuelta las mochilas a todo el curso, o le tiraste a la inspectora una goma que
cruzó el pasillo olímpicamente y le dio en la boca o en el ojo, y corrimos,
como cuando corriste junto a la Sofi ayudando a sacarla de la mocha en la
bodega. Era genial ir contigo a almorzar al mercado, donde la amiga de tu tía,
con el resto de variopintos personajes que hacían de séquito. Simón, Dani,
Pablo. Ni si quiera se de ellos, pero recuerdo como nos reíamos al volver al
colegio, webeando, jugando. Esos son los archivos que dejaría de ti, esos son
los recuerdos que prefiero guardar, negando incluso las veces que entremedio de
esos años nos metiste en problemas. Cuando sapeaste que Esteban y Nico habían
estado entre los que rallaron el camarín del gimnasio, o que cuando llegó Nacho
y Álvaro habían roto una ventana en su primer día. Siempre has sido
malagradecido, no soy como Nico, no lo niego. En el fondo es injusto ignorar
cada uno de tus traspiés, tus huidas, tu cinismo. Tus propias contradicciones,
tu anhelo por formar parte de una familia, inclusive tus ansias por formar la
tuya. Todas las veces que le fuiste infiel a Alma, todas las veces que decías
que estabas aburrido, que no lograba satisfacerte. Mientras la llevabas de la
mano, al supermercado fingiendo que hacían al compra de su hogar feliz.
Recuerdo aquella vez que terminaron, y te vi sin saberlo, porque nos juntamos y
andabas extraño, callado, inclusive con la vista ida, y llegaste, con suerte
dijiste hola y después de un rato de insistir dijiste que habías estado como
media hora sólo al borde del puente, mirando el río, que no te atreviste a
lanzarte porque se apareció una vieja, que te recordó a tu abuela, y te dijo
que no lo hagas, y que lo habías intentado porque habías terminado con Alma,
porque sentías que te engañaba, y no podías soportar vivir con ella. Y yo solo
te abracé.
¿Eras feliz entre mi familia? Se que en el fondo lo
eras, porque con esmero hacías tu mejor esfuerzo por agradarles, y les caías
bien, mis tías se preocupaban por ti, te preguntaban cada vez que te veían cómo
iban las cosas, te recibíamos en las juntas con tus pololas, tus andantes,
llegabas y te ponías al día, y te quedabas a dormir, y te levantabas antes que
todos a tomar desayuno con mi abuela, y ella decía que tu vida había sido
difícil, que teníamos suerte por haber caído donde caímos y con la gente que
nos tocó crecer.
Se que conocí a detalle a esa persona, con las que nos
quedamos hablando hasta el amanecer, que se quedaba dormido a mi lado porque en
el fondo le daba miedo dormir solo, y yo me hacía el tonto y te recibía. Sería
mentira decir que nunca diste indicios, porque tu decadencia fue prolongada, y
acabó siendo certera, las primeras veces eran esporádicas, de vez en cuando
andabas desagradable, y después pasaste a andar “más desagradable de
costumbre”, se hacía difícil hablar contigo, contradecirte. Como esa noche de
verano cuando te propusimos ir al “Luxor” y tu sufriste un arrebato, con que no
querías ir, que si hubiese sido por ir allá mejor te quedabas en tu casa, y
todos nos quedamos en silencio, mirándote hasta que accedimos a ir donde
querías, pero en ese bar las cosas no mejoraron, andabas angustiado por vender
unas pilas que llevabas, según tu para pagar la cuenta, y no hablabas, no nos
decías nada, y tratábamos de sacarte tema, y no hablaste hasta que Nico sacó el
tema de unos hongos que se había comido y comenzaste a difariar sobre qué tipo
de hongos te gustaban más y que era mejor el LSD, y no sé qué más, porque te
dejé de escuchar, en mi mente no te soporté y te puse en mute. Borraría
aquellos recuerdos de mi mente, si no fuera, porque podría reencontrarte y
obviar, negar los malos ratos que me hiciste pasar, tus mordidas de mano,
cuando pedías plata según para comprar gas y después en la noche en la fiesta
tecno de turno andabas mandándote doble ración de pilas o una bolsa individual
de falopa.
Ya ni se si me interesa tu existencia incluso. Lo
creía hasta que te vi de nuevo. Pero siempre hay un sabor amargo en aquello,
una contradicción que sabe horrible, porque quisiera verme con esa persona
anterior. Pero ya no existe y comienzo a creer que nunca existió.
Y por las noches, cuando viviste en mi casa, salíamos
a caminar en medio de la oscuridad y nos metíamos a aquel terreno abandonado a
mirar las luces, la ciudad, y fumábamos, con depresión sonora de fondo, y
alguno decía que había que poner algo más entretenido y poníamos cumbia o lo
que fuese, y comenzábamos a bailar. Y volvíamos a ver alguna película, vimos
Scarface, y te quedó gustando Elvira, pero no pensé que quisieras ser Tony.
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No sé si tal vez estas palabras tengan efecto en el
futuro, si sirva de algo la pena de tipearlas, de narrar a través del papel.
Hasta ahora creo que te veo mañana ¿Te veo mañana? Aun me dan mariposas la idea
de verte, no sé si es una deliberada difamación de mí mismo, un exposición de
la cual debiese sentir vergüenza, o por lo que dicen (qué importa que digan en
verdad) arrepentimiento. Hay una gota engrosándose debajo de mi pera, que
espera a decir, por clamar, esas dos palabras que van juntas, que su conjugación
notifica algo considerado como importante, y cuya consideración lo es, es
indudable, es relevante su notificación, por eso decirlo debe ser difícil, su
peso debe ser calculado, es imprudente perder la mesura por solo creer
sentirlo, se debe de confirmar. Lo hago. Algo en mi lo hace. ¿Será algún
atrevimiento por no despegarse de ti? ¿Qué haces hablándome después de todos
estos años, diciéndome de aquella canción que te recuerda a mí, que te hace
pensarme? ¿Cuál es el rincón en tu memoria que constantemente me reconstruye? Me
hace pensar en un llanto envuelto en gritos, en el agridulce latido que solo el
pasado sabe dictar, en los cuestionamientos que en ciertas circunstancias se
dan, ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué no me sostuviste un poco más? No era la idea.
No era el momento, con los años creo más en que no lo era. Será algún día, en
algún lugar tu cuerpo a mi lado siendo despertado entre caricias un sábado.
Porque quisiera sofocarme de tu olor y cubrirte, con todo lo que pueda en mi
hacerlo, y jugar con mis yemas delicadamente en tu cuero, y decirte, decirte
todo esto y más, sobre todo de esas cosas que se dicen un sábado por la mañana,
cuando siento tus manos jugando a treparme la espalda, Pero, a la vez con menos
palabras, con menos letras ¿No es claro acaso que lo estoy sintiendo? Tengamos
diecisiete de nuevo, aunque sea un pestañeo, no sabes cuanto quiero ver el
cielo arder de nuevo, no sabes cuanto me gustaría salir por las calles de nuevo
a buscarte, ¿Será algún día?
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