CAPÍTULO I: LA VISITA

 

La música sonaba fuerte, exageradamente fuerte para el plantel de personas que éramos, llegaste y después de saludar te mencioné que había prometido algo, que me iba a sacar unos pipazos, porque nos lo habíamos fumado todo, y me sentía un poco culpable de aquello, fue así como subimos a buscar la yerba. Después de caer en cuenta de que me la habían robado y no me quedaba nada, y prolongar una charla trivial que no tenía mucho objetivo no alcancé a darme cuenta de que te tenía entre mis brazos, que me besabas con locura y desenfreno. Por qué lo hiciste. Jamás obtuve respuesta, me dijiste que estabas en algo, a lo que sorprendido solo atiné a decir que mientras nadie me buscase, mientras nadie fuese a golpearme por la calle todo iba a estar bien. No creí que nos íbamos a volver a ver, pero tarde o temprano, después de esa noche no me demoré en buscar una excusa para reanudar un nuevo encuentro y fue así como pasamos los meses previos a mi ida, a mi viaje necesario. Después de que me fui a la ciudad no tardé en enterarme que habían vuelto. Recibí una llamada, venía de vuelta del supermercado cuando decidí prolongar mi retorno, me gustaba no volver nunca por donde me fui, por lo que no le hacía asco a hacer circuitos innecesariamente prolongados por el centro, me llamó y con una cínica voz me dijo que todo estaba hecho, que iba a volver contigo, no dudé en aprenderlo, en decirle con honestidad que creía que era una mala idea, más que mal te fue infiel y no más ni menos que con su ex, a todas luces era incoherente que regresaran. Pero las vidas sin un centro de gravedad viven del caos, no hay un hilo conductor, por lo que, lo errático, lo falto de sentido e inclusive contexto no tiene tapujos al suceder.

Qué haces aquí. Esta vez dirás algo. Necesito que me lo digas porque no me cabe en la cabeza que hayas viajado tanto, que sin avisar y sin más te aparezcas por aquí. Quién te dio mi dirección.

Ignacio.

Eso es todo lo que dirás.

Orlando, déjame pasar, no tengo más a donde ir.

La dejé entrar, por su puesto, aunque su visita no dejaba de no tener sentido para mí. Por un rato largo guardamos silencio, algo que era costumbre entre nosotros, no puedo decir que esos meses que pasamos juntos alcancé a conocerte. Decir que jamás hablaste demasiado puede parecer una exageración, pero tengo la sensación de nunca haberte escuchado.

Puedes ducharte, si quieres dormir no tengo problema, pero ahora debo salir.

Tómate tu tiempo, pero no demasiado. Necesito hablar contigo, por eso estoy acá.

Tantas, pero tantas formas de comunicarte conmigo y optaste por la más extraña.

Fui de compras, de manera casi mecánica. Necesitaba un respiro para digerir lo que estaba sucediendo. Como de costumbre exageré mi tiempo de regreso. Dudaba de si era verdad, si era real de que ahora mismo estabas en el departamento, de que habías llegado, dudaba de todo, inclusive de regresar. Abrí la puerta y del balcón entraba una fresca brisa, con un fuerte olor a sal. durante mi tiempo de salida casi llenas un cenicero completo con colillas, estabas afuera entreteniéndote con mis plantas. Me miraste y me abrazaste, no comprendía nada, no tarde en apartarte. Por favor explícame que haces acá.

He dejado a Nico.

Lo asumí, pero aquello qué tiene que ver conmigo.

He dejado a Nico, llevaba un tiempo siendo consciente de que lo nuestro no era amor, nunca lo amé. Pero sumisa decidí permanecer por costumbre. Nuestra relación se basaba en un complemento de sabotaje, como un autosabotaje mutuo, mi propia autodestrucción frente a la suya, tapada bajo una idea de que éramos una familia. Los dos vendíamos, pero él nunca logró organizarse, los números nunca le daban, yo si bien se podría decir que no estaba del todo cuerda, por lo menos mantenía bien organizados mis ingresos, al punto de que, bajo esa idea de que éramos una familia, comencé a pagarle sus deudas. Como el malagradecido que siempre ha sido comenzó a reprocharme por salvarlo, como el exagerado que siempre ha sido comenzó a sacármelo en cara diciendo que lo estaba ayudando a hundirse. Hace un par de noches todo se fue a la mierda. Habíamos pasado tres días perdidos. Partimos en un rave en el campo, desayunábamos éxtasis, almorzábamos falopa, en tres días solo dormimos unas horas dentro de un cajero. Otro par de horas en el piso de una casa en la que solo recuerdo como nos echaron, porque Nico le debía a uno de los amigos del dueño de casa. Todo terminó en la casa de él, en medio de mi resaca sentí que lo odiaba, que me odiaba por la vida que estaba llevando, y fui a la cocina a buscar un cuchillo, fue un impulso en verdad, porque miré el cuchillo el tiempo suficiente como para que Nico me encontrase a punto de clavármelo, me fue a frenar y lo amenacé con matarlo primero y después quitarme la vida, me abalancé sobre él, hasta que me golpeó tan fuerte que reventó la nariz, le conté lo nuestro, que por meses estuvimos follando, le dije que ya hacía mucho tiempo que no lo amaba, tomé mi cartera y salí como estaba, descalza y destrozada, deambulé por las calles como un zombi, eran las cuatro de la tarde, los niños jugaban en la calle y yo parecía un fenómeno, me senté por un rato en una plaza hasta que decidí acudir donde mi madre. Lo único que obtuve de ella fue una maleta con las cosas que me quedaban en su casa, solo recibí insultos por haber tomado el camino que seguí. Y de cierta manera tenía razón. Fui a la estación y compré un pasaje hacía ti. Orlando, en todo este tiempo nunca he podido olvidarte, Ignacio hace mucho que me había dado tu dirección. Sentí que solo te tenia a ti o que podría tenerte a ti.

Era demasiada información, acontecimientos que manejaba desde otras fuentes, porque Esteban, independiente de estar alejado de Nico siempre estaba bien enterado, y a la postre no dudaba en comentármelo a mí. Pero saberlos de primera fuente era mucho más denso, porque había detalles que ni yo ni Esteban nos imaginamos.

Puedes quedarte el tiempo que estimes, el departamento es pequeño, por lo que puedes ocupar el sofá-cama, me encerraré un rato en mi cuarto. Necesito pensar.

 

Pasaban las horas, de cierto modo cada uno en su espacio decidió fingir que dormía, observar el cielo como esperando a que suceda algo más, hasta que después de que pasaste al baño sentí tu mano en mi espalda, y tal como la primera vez acabamos sin darnos cuenta de que estábamos follando, me tomabas con fuerza y no parabas de decir de lo mucho que me extrañaste. Había algo más que calor en lo que decías. Después de acabar no tardé en saber que fue solo un impulso, por lo que fui yo quien acabó durmiendo en el sofá-cama. Al día siguiente fueron pocas las palabras que cruzamos. Extrañamente el silencio siempre fue lo nuestro. 

Continúa 









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