FINAL (DE ALGO)
Era necesario ordenar mi vida. Como quien reagrupa la
casa, desempolva los vidrios. Había pasado ahogado en el resquemor de mis
ideas, los miedos me habían consumido hasta vanagloriarse en mis incomprobables
cenizas, la reducción más ordinaria de mi mismo, el sesgo más profundizado de
mi mente. No me merezco amar a quién amo, este es el precio de mis pecados,
Jamás podré hacerlo. Estaba hundido en el temor, cegado por él. Busqué por
medios inconstantes y esporádicos cubrir con sal la debilidad de mi carne, encuentros
pasajeros, confesiones catarsicas con sabor pastoso de hálito y en los efectos
secundarios de ciertas sustancias. Nadie puede vivir así, de la inseguridad y
la especulación, la cruel incertidumbre cultivada por las ideas. Era necesario
limpiar mi mente, ordenar la casa. Me vi en noches en vela, consumiéndome en un
bucle, era un perro detrás de su propia cola, una y otra vez. La fiebre era mi
amiga, y no había paño húmedo ni fármaco capaz de reducirla, un día en el que
toqué fondo armé en medio del éxtasis un listado imaginario, balanceé con
discriminación entre la gravedad y afabilidad, entre mis deseos, el miedo, las
ganas. Creí muchas cosas que resultaron no ser ciertas, busqué mentirme como
ruta a escapar, busqué por sobre todo huir. Finalmente, por azar más del
destino, que por motivación propia las piezas se movieron y después de una
serie de coincidencias que no necesariamente te involucraron el panorama se
aclaró. Logré ver más allá.
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