NOSTALGIA


 Es como si en un momento, de estos últimos días, de este último tiempo me hubiese roto. No fue ayer, ni la semana pasada, tal vez fue hace más de un mes, incluso hace un año. Pero hace poco, lo estoy sintiendo. Buscando, cual explorador en la selva. Mi memoria. Indago, acerca del filo anormal que sucumbe en mi rutina, que me corta un poco la piel, y me muestra a sus anchas, mis heridas. Las yagas de quien fui, de lo que he hecho y quien he sido, la cura a quien soy, por donde ando, la respuesta a mi vilo. No era consciente de la lluvia hasta hoy en la mañana, no era consecuente del frio hasta antes de ayer. Porque antes, aunque la ciudad se inundara, daba lo mismo. Aunque el valle estuviese, teñido de blanco, daba lo mismo. No importaba, no existía. Lo miraba, mas no le veía. Había un afán ineludible con la cerveza, la juerga y el vino. La música bien fuerte, los porros, la risa, las plazas, las calles de noche con su resplandor naranja, y los besos ocultos entre tinieblas. Qué poco importaba tiritar, qué poco importaba andar mojado, porque el calor venía envuelto en confusiones anecdóticas, en el juego, en las ganas latentes de huir de la sala de clases, en las mañanas que partían todas iguales, pero que acaban en tardes metidos en lugares impensados, en vías del tren u hospitales abandonados, en la orilla del río, el parque. Como si fuese un plato quebrado, trato, trato y trato de encontrar todas las piezas, pero pierdo, pierdo ante los intentos. Dónde están las vigilias mirando la urbe a lo lejos, los abrazos al despertar, el silencio atento ante la tele. Las bocas moradas, las miradas perdidas, llenas de emoción, de alegría. Dónde han quedado los intercambios de mochilas y las tardes completas perdidos, deambulando, y perder cosas, y buscarlas, Dónde quedó mi mamá enojada, y la abuela aconsejando cosas que no debería; dónde estás Inés diciendo que nos portemos mal. Y lo hacíamos, nos portábamos mal, y tenias razón, porque la pasamos tan bien que se nos pasó la adolescencia, la juventud, dónde quedaste ciudad en el campo, mis amigos, el colegio. El profesor que nos abrió los ojos, la maestra cargante que en el fondo siempre tuvo razón. Ojalá pudiera volver a aquel bar de mala muerte, donde tantas veces se nos fue el día y sentir el ruido de las botellas golpeándose y las burbujas saliendo, el fulgor, la unión. Sentir el río helado, escurriendo por mis piernas, bajo el sol sofocante, o buscar de nuevo a Sofía cerca de mi casa y perdernos. Parece que hoy me he enfermado, de los recuerdos, de la idea del hogar. Estoy tan lejos de aquello. Estamos.

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