EL VERTIGO

El vértigo. Las luces de neón multicolor fuerte, que te tiñen de rojo vivo el rostro, que un aura tenebrosa personifica sobre ti. Pero yo no tengo miedo, no tengo miedo de ti. Al borde de un piso muy alto. Detrás nuestro el clima no nos acompaña. El celaje de un rayo golpea la tierra y hace retumbar el espacio y tu rostro cambia de rojo a azul y vuelve a ser rojo. Y tu mirada no se ha desclavado en ningún momento de mí, esta hundida sobre mis ojos, sacarla debe conllevar dolor. No tengo miedo de ti, mas el vértigo me estremece las piernas. El miedo a caer me altera, pero no el miedo a que me empujes. Un rio de sudor mezclado con lluvia te parte la frente, la divide en dos como yo mismo me encuentro por dentro. Es necesario llegar tan lejos. Un sabor metálico me recorre la garganta. A ti no te pasa nada, nada te sucede. Mientras mi cabeza se golpea sobre el suelo, me duele más respirar el afrutado aroma de tu perfume que la caída que se avecina. Mi pecho ya la ha sentido, mis piernas están a punto de quebrarse, pero sigo arriba contigo, con tus ojos observantes aferrados sin desdén, con el brillo cambiante que te torna la piel. El vértigo. El sufrimiento prolongado, órganos rotos más allá del amor. Crepita el verde de tu mirada. El agua no desvanece tu pelo ceniza. Te llevas la mano hacía el pecho, frívolamente juegas con él, y te ríes, y una sonrisa petrificante te desfigura el rostro. Soy la muerte y he venido a buscarte. Los rayos están en su salsa, gimen, gritan, rebotan, como si la tierra no se fuese a desarmar. Soy la muerte y he venido por ti. Estoy teñido de rojo, pero no es la luz la que me pinta. Siempre supe lo débil que eras. Ya no te miro a la cara, pero sé que no has dejado por ningún segundo de mirarme, escucho tu tacones sonar, con la fuerza de los rayos se mezclan, te acercas. Tus manos sobre mi pelo hacen una parodia de si mismas al acariciarme, y revierten su falsa bondad al enseñarme mi destino. Me infringe más colera que los labios que hoy son puerta de hachazos algún día me hayan besado que saber que mi fin será doloroso. Y que quieres que haga, te pondría feliz que te tome y que de vuelta la historia. Ruégame. Acaso temes que el cuerpo aplastado al final del precipicio no sea el mío sino más bien el tuyo. Silencio. Innecesariamente me aplastas con tu tacón. Silencio. Innecesario porque ya hace bastante que podrías haberme empujado, no puedes ver que no me estoy ahogando precisamente en agua. Olvídame, olvídate. Ya no se quien soy, pero jamás olvidaré quien eres. Basta, me cansé de ti, tu hora ha llegado. De dónde ha salido esa cuerda. Silencio. Ahórcame, déjame desangrarme, asfíxiame, muéleme a palos, muéleme a golpes, pero en tu abnegado esfuerzo por borrarme después de hacerme desaparecer jamás podrás liquidar de tu mente lo que hoy me has hecho. Ya veremos, ya no quiero verte más. Me infringe más dolor que esas manos que antes no fingían el amor con el que jugueteaban con mi cuerpo hoy fuercen un lazo para que se me quiebre el cuello. Empújame de una vez.

Caer, sentía más miedo al mirar el suelo, pero mientras desciendo ya nada me desconsuela. El abismo es el fruto de los miedos, porque en el aire por segundos todo es maravilloso. Ya no siento tu perfume, y la estaca que tenía tus ojos sobre los míos poco a poco se desenvaina. Las gotas de lluvia suavemente iluminadas me muestran un poquito de gloria, tu cara se desvanece entre ellas. Y quien me habrá encontrado. El conserje, espero que no haya sido la señora que limpia, espero que esté de vacaciones, espero que ningún niño haya estado asomado por la ventana y que ojalá abajo en la calle nadie fuese transitando. Huesos destruidos más allá del amor. Espero que después de esto nunca puedas olvidarme.



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