UN PAR DE DÍAS EN LA CIUDAD
Escuché un poema y al instante
me dieron ganas de hacerme uno propio. Y no es de copión, ni de pretencioso.
O ni tan poco pretencioso,
porque en el fondo pretendo. Decir algo, contar cosas. Porque hoy siento que no
son pocas las cosas que quiero contar, que quiero decir y por eso yo creo, que
cuando escuché ese poema
Me dieron ganas
De
Hacer el mío.
Estoy donde nunca hay silencio,
porque ni el viento, ni la urbe, ni el sol se callan. Aquí no hay silencio
nunca
Jamás.
Ni la luz es capaz de
callarse,
Ni los arboles
Ni el cemento.
Como una bruma constante suenan
los autos, crujen de encandilamiento los recuadros de luz amontonados en el
horizonte.
En el piso de arriba hay
movimiento
En el de abajo hay sexo.
Y afuera solo están calladas
las estrellas, obligadas a agonizar por la perversión humana.
Escuché ese poema y dije. Yo también
quiero hacer el mío.
Enmudecer mis ganas
De una vez por todas.
Porque hoy caminé en medio de
una hora que aparenta contener el catártico grito constante, ese que nunca se
despega
De las infinitas paredes
Gastadas o recién pulidas
De una ciudad ajena a la calma
De una ciudad ajena a estar
callada.
Calmada.
Quiero escribir mis propios
versos, porque quiero contar
De esta vida vertiginosa
Ajena a lo ligero.
Hablar con mis ojos del sonido
de los arces
De el cantar de los vendedores
ambulantes.
Hoy escuché un poema y me nació
hacer el mío.
Porque hoy siento que debo
contar
Unirme al ruido
Ser reflejo del vértigo de las
pulidas murallas
De esta ciudad ajena
Del silencio
De la calma
Amante del sonido.
De esta ciudad ajena.
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